Y sin más explicaciones cogió el teléfono. Supuse que llamó al lugar indicado, porque no había pasado un cuarto de hora cuando se presentaron en nuestra puerta un policía de uniforme y un hombre de paisano que entendí, se presentaba como el Inspector Mr. Smith, algo que, sin querer y a pesar de lo trágico del momento, me hizo sonreír al oír un nombre tan típicamente inglés. Me pareció de chiste.
La sirena de un coche policial o, tal vez, de una ambulancia, dejó oír su estridente sonido lo cual nos hizo pensar (yo así lo pensé) que iban a sacar el cadáver del agua y entonces volví a ser consciente de la seriedad del suceso.
El detective se acomodó en el salón, aceptó un té que mi amiga le ofreció y que tomamos todos incluso el policía quien, de pie, tomó su taza con agrado. Dado que mi inglés no era lo suficientemente fluido como para mantener una conversación larga y mis nervios todavía empeoraban más esa fluidez, mi amiga fue la encargada de responder a las preguntas del detective que, de vez en cuando, me enviaba unas miradas furtivas con las que me intensificaba el deseo de explicar mi descubrimiento pero eso no era posible.
Aunque en Inglaterra la gente no es excesivamente cotilla, por lo menos tanto como sucede en España, cuando ocurre algo fuera de lo normal, la curiosidad siempre domina las normas sociales y las vecinas salieron a sus puertas para conocer de primera mano lo ocurrido; entre ellas, la señora que habíamos visto atisbar por la ventana, ocupante del piso situado frente al habitado por nosotras.
Aquella mujer a mi no me gustaba, aunque era la vecina con quien mi amiga tenía más confianza, muy probablemente a causa de la cercanía de su vecindad. Desde el primer día en que la conocí, me caía mal. Muy alta, fornida aunque ya muy mayor; tenía una mirada intensa con la que desnudaba a su interlocutor, entrecerraba los ojos al observar y, aunque sonreía con la boca, sus ojos declaraban unas palabras inaudibles que podrían traducirse como: "....cuidado que no me gustas... no quiero saber nada de ti..."
La vecina en cuestión, se colocó en primera fila y comenzó a hablar acaparando la atención del inspector, lo que me dejó a mí aparte pero con una ventaja, tenía libertad de observar las reacciones de todos ellos. Entonces me fijé bien en la mirada de aguililla del inspector Mr. Smith.
Mi primera impresión fue que, a aquel hombre, no se le escapaba una y, curiosamente, esta idea me dio una tranquilidad no conseguida hasta aquel preciso momento.